Relato de un sue(ny)o romantico

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En algún momento mis compañeros de viaje desaparecieron, y me hallé sola ante Murcia. Me acerqué a una especie de indigente alto de unos treinta y poco años, más bien delgado, de pelo negro y greñoso en forma de melena hasta la altura del cuello y de unos ojos oscuros de un color azul intenso. 

En seguida me interesé por él, algo llamó en mí la atención. Le miré fijamente a los ojos y... las pupilas no las tenía negras, sino más bien grisáceas. Empezamos a hablar. Me contó que vivía prácticamente en la indigencia pero que tenía un pequeño programa de radio. Parecía estar contento con ello. Me di cuenta, creo que hasta me lo dijo: era ciego. 

Algo me hizo pensar mejor de Murcia gracias a habérmelo encontrado allí. Siguió contándome sobre la facilidad con la que percibía a la gente y el enorme poder que había sacado de su propio interior, de sí mismo. En un momento de la conversación yo me recosté la cabeza sobre los brazos y dejé de mirarle, cerrando los ojos cansada con algo de sueño; pero seguí escuchándole atentamente.

Entonces le dije: "Dejé de mirarte hace un rato", en tono divertido y apaciguado; "pero te has dado cuenta, ¿verdad? Y aun así no me has dicho nada." Y me dijo: "Sé que me estás escuchando."

En ese momento, me subió a su moto hábilmente y a mí empezó a gustarme. Por algo de peso en mi interior, no dudé ni un momento de si correría peligro en una moto conducida por él. Pese a no poder ver, conducía veloz y ágil; sabía perfectamente qué había a su alrededor, dónde estaba a cada momento y cómo era cada persona con la que se cruzaba, cómo de fuerte era el espíritu de cualquiera. Su mirada había abandonado el miedo.

Y, como demostraba a cada momento, no necesitaba la vista para ser él. Era como si se desarrollara en su propio mundo interno y lo trasladara con gracia para situarse en el mundo real. Un alma libre, fuerte, sincera.

Y creí, creí convencida que debíamos encontrarnos y que juntos éramos temiblemente poderosos.

Llegamos a una habitación. Yo respiraba nerviosa; realmente él me activaba, y no podía evitar respirar fuerte con la mirada clavada en el suelo, sorprendida de estar tan embrujada, excitada y deseando que se acercara a mí. Sin embargo yo, de pie, permanecía inmóvil. Quizá mi respiración marcada al ritmo de un corazón joven y frenético la guiaba yo misma interiormente para que él pudiera encontrarme. O sentir mi boca exhalando e inhalando aire descontroladamente, con tal de que él siguiera el rastro de mi aliento tras de sí.

Pero, ingenua de mí, él sabía perfectamente dónde estaría pese a todo y, grácilmente, sin tan siquiera hacer un ruido, sin un suspiro fugitivo, se acercó por mi espalda, tomándome con sus brazos, para inclinarse y decirme... "A veces dominas todo mi poder." 

No recuerdo si me besó, pero éramos tan vulnerables y poderosos en ese instante, que el beso atraparía el momento más romántico de mis sueños en nuestra presencia, en su aliento.
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